Podríamos definir la salud mental como el bienestar emocional, psicológico y social de una persona. Y es un concepto que está a la orden del día. Por fin. El ámbito de la salud mental ha estado siempre estigmatizado e invisibilizado, principalmente por desconocimiento popular. Es ahora cuando por parte de la sociedad se asimila que la ansiedad, el estrés o la depresión no son ‘una enfermedad de locos’, sino enfermedades que pueden padecer personas que no tienen por qué estar desequilibradas mentalmente.

Este cambio de visión en la sociedad sigue siendo un proceso que va evolucionando. Pese a ello, sigue siendo común que alguien se preocupe si le dices que estás yendo al psicólogo o que no entienda exactamente qué es la depresión o ansiedad y haga comentarios al respecto quitándole importancia, cuando el cuidado de la salud mental es tan importante como el de la física.

¿Qué son el estrés y la ansiedad?

En primer lugar, hay que poner de relieve que sentir esto en una ocasión en concreto no implica que haya que acudir a buscar ayuda profesional, ya que son una respuesta natural del cerebro ante el peligro, manteniendo a la persona alerta para afrontarlo.

El estrés, en primer lugar, es un sentimiento o sensación a corto plazo en respuesta a una amenaza reconocida. Síntomas relacionados son el mal humor, la sensación de agobio, infelicidad, pensamientos intrusivos, etc. Este estrés puede ser positivo en momentos concretos, sobre todo cuando se necesita un plus de energía: cumplir con una fecha límite, huir de un peligro o estar alerta. El cuerpo libera una serie de hormonas a modo de defensa que permite que la persona en cuestión pueda rendir al 120% cuando lo necesite. Esto es lo que se define como estrés agudo, el cual ayuda a mantener el control sobre situaciones extrañas o peligrosas. No obstante, cuando este estrés se repite de manera considerada, es lo que se conoce como estrés crónico. Este tipo de estrés puede causar problemas de salud, tales como presión arterial alta, problemas de la piel o insuficiencia cardíaca.

La ansiedad, por otro lado, es un sentimiento de inquietud o nerviosismo por algo que aún no ha ocurrido, incluso que puede que no ocurra. Es por ello que la ansiedad se alarga más a lo largo del tiempo y que el desencadenante no sea tan identificable.  Los síntomas principales son la tensión, el nerviosismo o la sensación de intranquilidad. Con esta sensación ocurre lo mismo que con el estrés, la padecemos como respuesta del cerebro a una situación que desconocemos a modo de protección frente a que esta sea peligrosa. Si la ansiedad se repite de manera descontrolada, se pasa a denominar un trastorno de ansiedad y deriva en pérdida de apetito, respiración acelerada, temblores, etc.

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¿Qué es la depresión?

Por otro lado, y va cogida de la mano de los otros dos problemas de salud mental que hemos comentado antes, está la depresión. Se puede describir como una vivencia subjetiva de malestar que se manifiesta por síntomas afectivos, conductuales, cognitivos, etc. Éstos se suelen manifestar en forma de pérdida del placer, apatía, alteraciones en el apetito, tendencias al aislamiento e, incluso, pensamientos suicidas.

Se trata mediante la psicoterapia, a partir de la que se ofrece confianza, comprensión y apoyo emocional y el tratamiento farmacológico, haciendo uso de ansiolíticos y antidepresivos para aliviar los síntomas más graves de la depresión.

Abogados: los profesionales más propensos a sufrir depresión

Apliquemos estos datos al mundo de la abogacía. Los abogados lideran el ranking de los profesionales más deprimidos, con cifras tan alarmantes como que uno de cada tres contemplan el suicidio al menos una vez al año y que el 30% sufren depresión detectada clínicamente. La anhedonia, que es la incapacidad para encontrar el placer o satisfacción en cosas que normalmente lo provocan, o la distimia, que se podría clasificar como una pequeña depresión, a un nivel más bajo, pero de manera crónica, son síntomas muy comunes en los abogados a los que se les detecta este problema de salud mental.

Y, ¿por qué está tan presente en los profesionales de la abogacía? La tolerancia a trabajar bajo presión es uno de los factores que se valoran positivamente en el sector legal privado. Se hace hincapié desde las empresas que les contratan que ‘un buen abogado ha de estar preparado para el ataque y prever el futuro para identificar futuros problemas que puedan sacudir su mundo’.

Esta es una de las razones por las que el estrés y la ansiedad puedan estar tan presentes en este oficio, además de las largas jornadas de trabajo, los objetivos inalcanzables, la presión, etc. Si a esto le añadimos que los problemas de salud mental están bastante estigmatizados, sobre todo en un ambiente conservador como es el mundo de la abogacía, aparece la cuestión de sentirse discriminado por pedir ayuda.

Estigma en el mundo de la abogacía

Entendemos un estigma como el sentimiento negativo de exclusión social hacia una persona o grupo de personas que comparten unas características específicas, normalmente relacionado con alguna enfermedad o característica social que no se comparta con la normatividad social.

En este caso en concreto tiene que ver con el sentimiento de infravaloración. Según la encuesta realizada por la Dave Nee Foundation, un 64% de estudiantes de derecho no buscan ayuda médica por el miedo que les provoca la posibilidad de que esto pueda acarrear consecuencias negativas a lo largo de su carrera. Se llega a la conclusión de que a una persona con problemas de salud mental se le considere débil o incapaz de defender el interés de un ciudadano y/o una empresa. Esto no es más que consecuencia de un prejuicio social, el cual no tiene ningún tipo de base sólida y únicamente condiciona a los profesionales que sufren de este tipo de problemas a no pedir ayuda. Esto solo provoca que los profesionales del sector jurídico que padecen este tipo de problemas de salud mental se hundan más en ese hoyo y no consigan salir, teniendo en ciertas ocasiones consecuencias devastadoras.

Profesionales como Patrick Krill afirman que las consecuencias de que los abogados y abogadas sufran de este problema no sólo afecta al mundo legal sino que ‘se desborda hacia otras áreas, desde el funcionamiento de la economía estatal hasta (…) los derechos civiles y la propiedad de los ciudadanos’. Además, insiste en que el impacto en la sociedad es de un tamaño enorme, que no ha sido ni reconocido ni evaluado.

Para hacernos una idea, podemos consultar el Estudio de Salud y Bienestar de la Abogacía Española, realizado por el Instituto de Salud Mental de la Abogacía y Lefebvre. De él podemos extraer que un 81% de los abogados entrevistados duermen menos que lo recomendado por la National Sleep Foundation, que un 82% preferirían cobrar menos y poder dedicar más tiempo al ámbito privado y que un 83,5% consideran como riesgo muy elevado el padecer estrés.

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¿La solución? Romper el estigma

Según Manel Atserias, activista por la salud mental y fundador del Instituto de la Salud Mental de la Abogacía, uno de los puntos claves para acabar con este estigma es darle visibilidad a un tema que hasta hace relativamente poco era un tabú, especialmente en el mundo de la abogacía.

A través de actividades por parte de la abogacía institucional, así como de organizaciones sin ánimo de lucro, se ha de incitar a los profesionales del mundo legal a empoderarse y ser capaz de explicar qué sienten sin temor a represalias. Las apariciones de profesionales en medios de comunicación tradicionales o las campañas de sensibilización con el objetivo de incentivar la búsqueda de ayuda profesional son pasos que ayudan a sacar a la luz y dar visibilidad a estos problemas, lo cual derivará en una mejora del bienestar y una humanización de la profesión.

Un profesional de la abogacía es más productivo si trabaja feliz y siente libertad a la hora de expresar sus sentimientos que alguien que trabaje más horas y padezca de síndrome de burnout. En el mundo anglosajón se habla de que es bueno para el negocio, bueno para el cliente y lo correcto a hacer (‘Good for business, good for clients and the right thing to do’).